Era tan buena persona que incluso lo era cuando pensaba que nadie la estaba mirando. De esa clase de personas, que al llegar a un rebaño corría a abrazar a la oveja negra. Tres segundos de sonrisa le valian para media vida huyendo, o cien años llorando. Dormia con los brazos abiertos y el corazón en la otra punta de la ciudad. En lo que sí ha creido siempre es que en las almohadas llevan en su interior parte de sus pesadillas, de sus problemas y de sus sueños. Lo de soñarle hasta tocarlo dejó de ser bonito el día que lo toco hasta soñarle. Nunca le había gustado el mar, porque le recordaba a sus lágrimas. Estaba igual de salada. Cuando se metía en el mar, sentía como si se bañara en sus propias tristezas, y al final, no sabía cuáles eran sus lágrimas y cuáles eran las suyas. El mar, era la fuente de la tristeza para ella, que hacía a su mente sumergirse en los recuerdos. Tirándose de plancha. Aguantando la respiración hasta casi ahogarse. Cada noche le pedia en voz bajita que le salvará la vida. Pero el mar siempre volvia a la orilla de su cuerpo, las olas, las erosionaba el alma. Arrastraban a cada viaje un granito de arena del reloj de arena de su vida. Con el corazón, roto; los tacones, intactos.
Y esque, el mar nunca ahogará tanto como esa canción que juraste no volver a escuchar nunca jamás y que de repente.. ¡suena en un supermercado!
Azulado el MAR, y asulado EL CIELO.
''Los amores platónicos son luz de estrellas muertas siglos atrás.
Los amores reales, lluvia en el rostro.''
Pero para ella, era como un huracán. Su huracán.
El huracan que mejor le ha alterado el pelo.
El huracan que mejor le ha alterado el pelo.
Como cuando te desordena el pelo de una manera que hace que todo lo
que esté sucediendo en este instante pueda esperar.
que esté sucediendo en este instante pueda esperar.
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